domingo, 6 de marzo de 2016

Errores y refugios



Dentro de pocas horas cumpliré ciento once años. La vida ha sido generosa conmigo, sin duda; cuantiosamente espléndida en momentos y ocasiones con los que atiborrar este tiempo que consumimos y este deambular en el que callejeamos según el capricho de los vientos y el talante de remos y remeros. Un número curioso. Disfruto escribiéndolo en medio de estas líneas que fluyen de mi viejo lápiz. Siento un gran placer dejando las palabras surgir y descansar, embebidas en el papel, contemplando mi mano, escuálida y envejecida, deslizándose línea tras línea con casi la misma ligereza de siempre.
Hace años me empeñaba en hacer un balance final de esta caminata que me ha tocado abrazar. Intentaba convencerme de que había merecido la pena. Intentaba dejar a un lado la idea de que otros habían logrado un resultado más satisfactorio gracias a que sus cartas habían sido mejores que las mías, o su destreza en el juego más atinada, o quizá ambas. Intentaba realzar lo valioso para distraer la desazón por lo insatisfactorio.
Ya no me interesa el balance. En la vejez de la vejez, mis tiempos de hacer cuentas han pasado. Tan sólo queda ese soplo de aire que entra deslizándose entre mis labios, y el espléndido sabor que deja al pasar.